viernes, 4 de noviembre de 2011

Los inicios de las mujeres en el ámbito laboral
Los inicios de las mujeres en el ámbito laboral se remontan al siglo XIX con la industrialización. En principio la mano de obra era masculina, pero con el progresivo crecimiento de la industria, la población femenina se incorporó al trabajo. Las mujeres se vieron obligadas a compaginar las tareas domésticas con el empleo fuera de casa.
Ya en el siglo XX, con el advenimiento de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres acabaron remplazando a los hombres en las fábricas, ya que estos se encontraban en el frente. Esta situación sentó un precedente: la mujer era capaz de realizar el trabajo que hasta entonces sólo había hecho el hombre.
De forma gradual, la población femenina ha ido sumándose al mercado laboral. Primero ocupando puestos tradicionalmente femeninos, como maestra, secretaria, enfermera o puericultora, hasta la situación laboral actual, en que las mujeres nos encontramos prácticamente en todos los sectores profesionales. Hoy muchas mujeres ostentan cargos de poder en el trabajo.
El acceso al empleo remunerado ha supuesto para la mujer el reconocimiento de un derecho identificado en la Constitución y la posibilidad de independencia económica con el consiguiente refuerzo de su desarrollo personal.
Pese a ello, la segregación del empleo sigue afectando más a las mujeres que a los hombres, ya que todavía ciertos sectores recelan que las mujeres ocupemos puestos de nivel alto.
Además, la precariedad laboral repercute mayormente a la población femenina en lo que respecta al número de contratos a tiempo parcial o a salarios bajos. Según Comisiones Obreras (CC.OO.), la remuneración media por hora trabajada de las mujeres en 1999 se situaba en España en tan sólo el 78 % respecto de la de los hombres. Un problema añadido es el acoso sexual que sufren muchas mujeres en el trabajo. Las cifras que aporta CC.OO. fijan en más de un 18 % de mujeres españolas acosadas en su puesto de empleo.

En referencia al paro laboral, los datos reflejan que afecta principalmente a las mujeres, así, según la Oficina de Estadística de la Comunidad Europea, Eurostat, la tasa de ocupación femenina en España oscila entre el 35% y el 40%.
Los esfuerzos por establecer planes de igualdad de oportunidades de las instituciones internacionales y nacionales, tales como la Unión Europea o el Instituto de la Mujer en España no siempre han tenido los resultados esperados. Esto se debe en parte a la recesión económica del mundo occidental, que se ha visto agravada por la crisis del 11 de septiembre de 2001.
Tampoco los compromisos adquiridos por la IV Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre las Mujeres celebrada en Beijín en 1995 se han podido llevar a cabo antes del año 2000, como estaba previsto.
En los países subdesarrollados, la situación laboral de la mujer es mucho peor, hasta niveles insostenibles. En África la mayoría de la población femenina no tiene acceso al mercado laboral remunerado y debe trabajar en las tareas del campo para subsistir. En países de la franja oriental como Indonesia o la India la explotación de las mujeres las obliga a trabajar más de doce horas diarias o bien las somete a ejercer la prostitución.
Por todo ello, es necesario que las instituciones estatales de cada país, las organizaciones internacionales y las sociedades en sí mismas impulsen nuevas políticas de trabajo que garanticen la igualdad de oportunidades para las mujeres. Estas políticas deberían centrarse en:
  • Crear medidas efectivas de ocupación destinadas a las mujeres
  • Instaurar una perspectiva de género en el empleo, que ponga atención en las peculiaridades de la población femenina.
  • Trabajar para que, tanto mujeres como hombres, puedan compaginar la vida familiar y la profesional. Esta apreciación es una de las aportaciones que en su momento hizo la Plataforma de Acción de Beijing.
  • Incentivar la formación del sector femenino hacia las carreras técnicas y los ámbitos más innovadores que tienen mayor salida profesional, y donde las mujeres todavía tienen poca presencia.
  • En los países subdesarrollados es necesario partir de cero. Garantizar los derechos fundamentales de las mujeres para acabar fomentando la participación global de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad, entre ellos el acceso al trabajo remunerado.
·         Lo que nos queda
·         8 de marzo es nuestro día, una jornada por y para nosotras. Desde la lucha de las primeras sufragistas que reivindicaban el derecho a voto hasta nuestros días las mujeres hemos alcanzando muchas metas. Del ámbito privado y doméstico hemos pasado al espacio público y social. Nos hemos incorporado a la vida laboral y muchos de nuestros derechos se han visto reconocidos. Pero todavía se echan en falta muchas cosas. Queda mucho por hacer.
·         Hoy por hoy nadie duda de la capacidad que tenemos las mujeres de llegar allí donde nos proponemos. No obstante, que nadie se lleve a engaño, la participación de las mujeres en la sociedad es aún reducida respecto a la presencia masculina. En nuestra lucha por igualar las condiciones de intervención social, deberíamos contar con el compromiso de todos los ámbitos de la sociedad, los asociativos, los laborales, los culturales y los religiosos, para incrementar nuestra participación en ellos.
·         Una de las muestras de emancipación de las mujeres ha sido la incorporación al entorno laboral. Las mujeres somos económicamente independientes, desempeñamos cargos de distintos niveles y realizamos profesiones que hasta ahora nos habían sido vedadas. Pero no hemos ganado en todo, la paridad salarial entre mujeres y hombres aún está lejos, las mujeres seguimos cobrando entre un 20 y un 30 por ciento menos de sueldo. Y tampoco nos está siendo fácil conciliar la vida laboral y la familiar, hace falta que los esquemas sociales cambien en favor de una repartición equitativa de las responsabilidades familiares entre hombres y mujeres.
·         En cuanto al trabajo por nuestra igualdad de derechos, éste debe partir de lo más básico: la educación. Con un replanteamiento de los conocimientos, los valores y las actitudes que se imparten en la escuela se pueden abolir los estereotipos discriminatorios y potenciar la formación de las mujeres en igualdad de derechos. También las instituciones nacionales e internacionales tienen que concienciarse plenamente de ello y adoptar medidas efectivas que hagan respetar esos derechos que nos pertenecen.
·         Una especial atención merece el problema de la violencia de género, que continúa siendo una de las lacras de los países occidentales. Aunque la situación todavía es más grave en los países del tercer mundo, donde muchos estados legitiman el maltrato. La intervención de las instituciones internacionales para prevenir y analizar la violencia de género no puede hacerse esperar. La sociedad debe dirigir sus esfuerzos hacia la formación y la sensibilización del respeto hacia las mujeres.
·         El entorno político es otra muestra de desigualdad entre los géneros. Si las mujeres estamos reconocidas como parte activa de la sociedad, resulta contradictorio que no participemos en igual forma de los cargos de poder. Así pues, una de las claves de nuestra batalla debería ser intervenir directamente en las tomas de decisiones políticas.
·         Así las cosas, las mujeres no nos rendimos, seguiremos trabajando por alcanzar nuestros objetivos. La perspectiva del tiempo nos permite ver lo mucho que hemos conseguido y eso es un aliento para luchar cada día más por la igualdad. La celebración del 8 de marzo es la ocasión idónea para recordárselo al mundo y levantar nuestra voz.
La lucha por nuestros derechos
Los derechos son la plataforma básica que regula nuestras vidas, así que, a por ellos, que nos pertenecen. El colectivo de mujeres estamos a merced de ellos, ya sea por existencia o por omisión, somos lo que somos mediante los derechos, tal es su importancia.
Los derechos humanos se enmarcan en el principio fundacional de no discriminación y afirmación de la dignidad y valor correspondientes a cada ser humano, no obstante, desde un principio estos conceptos se concibieron desde una perspectiva masculina. Prueba de ello es la evolución histórica de los derechos.
Si en EE.UU. la Declaración de los Derechos de Virginia se firmó en 1776 y en Francia la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano se recogió en 1789, ambos documentos dejaban claro que las mujeres quedaban excluidas de esos derechos fundamentales. Hubo que esperar hasta 1791 para que llegara la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadanía, expuesta por Olympe de Gouges, integrante del grupo feminista francés.
Uno de los primeros avances en materia legislativa a favor de las mujeres fue la Convención de la Haya en 1902 que adoptó medidas internacionales acerca del matrimonio, el divorcio y la tutela de menores.
Por su parte, las mujeres crearon la Comisión Interamericana de Mujeres dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA) en 1928, con el fin de luchar contra la discriminación por sexo.
A pesar de los logros anteriores, el primer texto jurídico que hacía referencia exclusiva a los derechos de la mujer no llegó hasta 1952. Era la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer que fue aprobada en la ONU. Se afirmaba que las mujeres tenían derecho al voto en las mismas condiciones que los hombres, que podían ocupar cargos públicos y ejercer funciones públicas según la ley nacional.
La Convención de 1957 dejó estipulado que la celebración o nulidad del matrimonio, entre nacionales o extranjeros, no podían afectar a la nacionalidad de la esposa, así como tampoco el cambio de nacionalidad del marido podría tener repercusiones.

Unos años más tarde, en 1962, se firmaba la Convención sobre las condiciones para contraer matrimonio, tales como la edad mínima y el registro de nupcias.

Por fin, en 1967 nacía la Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer, que fue recogida y ampliada en la Convención sobre todas las formas de discriminación contra la mujer y que entró en vigor en 1981. El Año Internacional de la Mujer, 1975, significó para todas las mujeres un reconocimiento de Naciones Unidas al declarar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer. Casi diez años después la Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos (1993) reconoció explícitamente los derechos de las mujeres como derechos humanos.
Durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995, la Plataforma de Acción de Beijing dejó asentado que los derechos humanos de todas las mujeres y niñas deben formar parte esencial de las actividades de derechos humanos de las Naciones Unidas.
Han sido necesarios muchos años para avanzar y, a pesar de los progresos, todavía es necesaria una concienciación sobre los derechos específicos de las mujeres que nos permita participar de manera activa en la creación de los nuevos derechos.